UNA CIVILIZACIÓN PERDIDA EN LA SELVA VENEZOLANA
A los dos días de aterrizar en este país americano, visité a unos buenos amigos, el matrimonio formado por la antropóloga Elide Salas y José Ignacio Vielman, director del Taller Municipal de Arte de la ciudad de Barinas, quien tenía preparada una sorpresa: me mostró la ampliación de una fotografía aérea en la que se apreciaban unas formas artificiales y escalonadas, idénticas a las que pude «ver» en mi experiencia onírica jornadas atrás. Al observar la imagen con mayor detenimiento, enseguida reconocí la zona; justo el territorio en el que en su momento encontré decenas de petroglifos y dónde con tanto ahinco busqué pistas de construcciones precolombinas.
No tardamos demasiado en desplazarnos al lugar en cuestión, donde recopilamos interesantes testimonios entre sus pobladores. Un anciano nos aseguró que a escasos kilómetros de su humilde vivienda, en una zona de difícil acceso, existía un asentamiento de indígenas «no contactados» por el hombre blanco, pues había escuchado el cacareo de gallinas, además de hallar plantas sembradas por seres humanos y observar construcciones ocultas entre la maleza. Al día siguiente, concertamos una entrevista con la directora de la Dirección de Turismo del Estado, a quien le mostramos ampliaciones de las vistas aéreas. Impresionada por lo que estaba contemplando, prometió hablar con el gobernador de Barinas para que pusiera a nuestra disposición un helicóptero del Ejército, a fin de sobrevolar la zona y captar mejores fotografías de las supuestas construcciones. Lamentablemente, poco después se desataron en el lugar unos terribles e incontrolables incendios forestales que imposibilitaron cualquier tipo de vuelo, pues la visibilidad era
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